No viví una infancia solitaria pero de alguna
manera buscaba la soledad. Mi casa siempre estuvo llena de gente y a mi me gustaba encerrarme en el baño a mirarme al espejo, quería tener la seguridad de estar sola.
Entraba al baño, cerraba con llave y a continuación
me fijaba si no había nadie escondido ni en el placard de toallas ni detrás de la cortina de la bañera. Y
si no había nadie me miraba al espejo y hacia
caras. A veces hasta lloraba. Mirarme al espejo me daba ganas de llorar. Sin explicación las lágrimas brotaban: me
gusta verme llorar, el que diga que no le gusta
miente. Sino, inventaba conversaciones con alguien y me miraba al espejo a ver como era mi cara cuando me reía,
cuando me sorprendía, cuando sacaba la
lengua, cuando intentaba ser ‘sexy’, cuando levantaba una ceja, cuando me daba vuelta rápido y el pelo me cubría
la cara. Mi cara pensativa, mi cara de interés
por lo que me están contando, mi cara de "estoy entendiendo lo que me decís", mi cara de "no
entiendo una mierda lo que decís" ,mi cara de "me duele acá" y mi puchero por si mis
padres no me daban lo que yo quería.